A lo largo de sus 48 años de vida, el tenor vasco supo conquistar los escenarios más importantes de todo el mundo, pero nunca olvidando nuestra tierra. Difícil fueron sus comienzos, también su final.
Por Leonel G. Avila
A lo largo de su historia, nuestra ciudad ha sabido dotarse de una gran cantidad de personalidades que bien supieron representarla a nivel nacional e internacional en lo que hace al deporte, el periodismo, el arte, etc. Sin dudas Florencio Constantino es uno de ellos, pero con la particularidad de que no nació aquí, sino en Ortuella (España), y que su espíritu bragadense se formó a partir de los 21 años cuando se radicó en ésta zona. Fue en Bragado donde dio sus primeros pasos como tenor, donde nacieron sus 4 hijos y decidió construir quizás la obra más importante de toda su vida: nuestro Teatro (hoy reconvertido en un Centro Cultural). Constantino supo lo que es el éxito, pero también lo que implica luchar desde abajo.
“Su voz, de una perfecta igualdad en todos los registros, extensa, robusta, varonil, de timbre aterciopelado, segura en la emisión y dócil en su manejo, es la voz de tenor más perfecta y la más completa de todas las que en la actualidad existen en los escenarios líricos. […] El temperamento de este artista se asemeja mucho al de los célebres cantantes del siglo pasado, que no ponían reparos en la confección de los repertorios, importándoles lo mismo cantar una ópera de Donizetti que una interminable partitura de Verdi o Boito”, decía la revista Caras y Caretas en junio de 1909 sobre Florencio Constantino. Eran cotidianos los elogios en todo el mundo hacia nuestro querido tenor, bien reflejándolo entre ellos el diario local “El Censor” cuando en la década de 1910 publicó: “entonaba en sus comienzos peteneras, zortzikos, jotas y vidalitas para complacer a sus amigos y dar rienda suelta al arte que en él dormía, el mimado tenor de hoy que se disputan los colosos de Europa y América para deleitar los públicos más exigentes en el arte lírico”.
Florencio Constantino nació en Ortuella (España) el 9 de abril de 1868. Fue un artista que debió comenzar desde abajo, trabajando como minero de niño y luego, ya en Argentina, como trillador. Dijo al diario chileno “La Mañana”: “Pequeñuelo, mis aficiones por la música y el canto eran mi mayor entretenimiento. Formaba orquestas con instrumentos raros. […] Recuerdo que tomé un gato y en una tabla preparada de antemano le metí las cuatro patas bien amarradas y después, con un palo bien delgado, a modo de arco, lo pasaba por el lomo del animal, que al verse aprisionado de ese modo y sintiendo ese roce sobre sus carnes, lanzaba unos maullidos agudos, prolongados y lastimeros, los que me servían a mí para improvisar unos cantos a ese compás […]”.
Constantino emigró a nuestro país en 1889 junto a su novia. Aquí se identificó con la Unión Cívica Radical y hasta participó de la revolución que estalló en la Provincia de Buenos Aires en 1893.
Optó por hacer de Bragado su lugar de residencia durante 6 años. Aquí nacieron sus 4 hijos y dio sus primeros pasos como tenor. Rápidamente aprendió canciones folclóricas tras oír a criollos y guitarreros, pasando luego a transformarse en una especie de cantante popular que necesariamente debía estar presente en cada acontecimiento del pueblo. Así, por ejemplo, el 30 de agosto de 1894, en la Misa Mayor de las Fiestas Patronales, deslumbró con su voz al mismísimo León Aneiros (Arzobispo de Buenos Aires); y meses después al maestro italiano Paolantonio y al concertista de violín José María Palanzuelos, tras actuar respectivamente en las romerías organizadas por la Sociedad Española de Socorros Mutuos y en un festival a beneficio de las víctimas de los terremotos de La Rioja y San Juan que la Municipalidad de Bragado había realizado por entonces. Todos coincidían en lo mismo: Florencio Constantino debía perfeccionarse y hacer del canto su profesión.
Finalmente en 1895 les hizo caso. Se trasladó a Buenos Aires junto a su familia, vendiendo la trilladora con la que hasta entonces trabajaba y la casa de Gral. Paz al 1100 que tenía en Bragado. Rápidamente las dificultades económicas se hicieron sentir: “Muchos eran los maestros a los que engañaba para que me enseñaran una ópera gratis, pues les decía que tenía un contrato en perspectiva, pero que sin saber esa ópera no podía aceptarlo. Así logré engañar a muchos maestros y aprender un gran número de óperas, no llegando nunca a los soñados contratos”, comentó Constantino.
Como suele suceder en toda carrera artística, los altibajos estuvieron siempre. Pero podríamos afirmar que al menos durante una década Florencio Constantino supo llegar al éxito. No sólo logró interpretar óperas en el Teatro Colón, sino también en los teatros más importantes de EE.UU., Canadá, Cuba, México, Brasil, Uruguay, Chile, Inglaterra, Italia, España, Alemania, Ucrania, Holanda, Rusia, Polonia, Portugal, País Basko y Francia, entre otros.
Tras considerar que Bragado era su lugar en el mundo, en 1911 regresó a la ciudad e intentó recuperar lo perdido: su vieja casa. Por otra parte participó de obras de beneficencia, como por ejemplo actuando en el Teatro Francés para ayudar al Hospital Municipal. Pero lo más importante y trascendente no sólo para él sino para la historia local, fue la compra del terreno que hasta entonces pertenecía al Club Social frente a la Plaza 25 de Mayo, donde más tarde, el 25 de noviembre de 1912, inauguró un teatro “para que los que amigos fueron de mi desgracia, lo sean también de mi ventura” (F. Constantino).
Los problemas no tardaron en llegar. En 1916 comenzó a presentar síntomas de una inflamación ganglionar, iniciando así una larga etapa de reposo y el consecuente alejamiento del escenario. Intentó volver en México, pero su garganta ahora también presentaba una tonsilitis aguda y crónica, impidiéndole cantar en lo que suponía ser su retorno. Un estado depresivo invadió a Constantino en sus últimos días, seguramente agravado por el hecho de que sus propiedades de Bragado (el Teatro y la casa) habían sido hipotecadas. Florencio Constantino falleció el 16 de noviembre de 1919 en la Ciudad de México.
Como bragadenses, es nuestro deber honrar y homenajear su nombre. Un importantísimo paso daremos hoy reinaugurando lo que fue su teatro, pero también desde éste domingo haciendo del lugar su morada definitiva y erigiendo una escultura de él en la Plaza Seca.