Mayoritariamente se lo conoce como “Máximo Fernández”. Es un pueblo que pareciera estar destinado a desaparecer, aunque no sin resistencia. En todo el cuartel viven 173 personas.
Por Leonel G. Avila
Lamentablemente pocos bragadenses conocen de qué se habla cuando nos remitimos al pueblo de Salaberry. Recién adquieren cierta noción (y no todos) cuando se cita el nombre de “Máximo Fernández”, pero cometiendo el error de creer que ésa es la verdadera denominación de la localidad, cuando lo es sólo de su Estación de Trenes. Pensar en aquel lugar es para muchos la mera asociación con la noticia del fantasma de una niña que habría aparecido en las ruinas de una Capilla, simplificando en ése único hecho la larga y fascinante historia del sitio y olvidando todo lo demás. Hoy Salaberry lucha por no desaparecer y cambiar aquel futuro que parece cercano. Lentamente comenzó a encaminarse con algunas obras iniciadas por el Municipio, pero aún falta mucho más.
En el marco del recorrido por las distintas localidades de nuestro Partido, que El Censor y Cuarto Poder Bragado iniciamos meses atrás, hemos decido transitar aproximadamente 21 kilómetros por camino de tierra y llegar hasta el pueblo de “Juan F. Salaberry”, con el objetivo de conocer su realidad y transmitirla a nuestros lectores.
Sin duda se trata de uno de los lugares más atractivos del Partido de Bragado ya que posee todos los indicios de haber concentrado el movimiento comercial de la zona, pero además porque da clara cuenta de la decadencia que sufrieron la gran mayoría de las pequeñas localidades rurales de la Provincia de Buenos Aires.
Desde 1834 fue el mismísimo General Juan Facundo Quiroga quien tuvo el derecho enfitéutico de aquellas tierras, que pasaron a su esposa tras su muerte. Pero fue a partir de 1872 cuando el lugar se transformó en uno de los establecimientos ganaderos y agrícolas más importantes del oeste de la Provincia, ya que fue comprado por el distinguido Máximo Fernández, quien lo transformó en lo que sería la Estancia “La Matilde”. Así, se dotó al campo con arboledas, potreros, corrales, plantas frutales y hasta un bello jardín con flores aromáticas. En 1882 la familia arrendó la estancia y decidió vivir en Europa, aunque regresó en 1889, estableciendo desde entonces una cremería y una fábrica de quesos, y posibilitando en 1893 la apertura de la Estación “Máximo Fernández” perteneciente al “Ferrocarril del Oeste”. También de aquella década de 1890 data la maravillosa casona de arquitectura italiana que aún se conserva. Pero las consecuencias del derroche (principalmente de sus hijos) no tardaron en llegar: Máximo debió vender todo.
Fue entonces, a principios del siglo XX, cuando aparecieron en escena los Salaberry, recuperando la vieja estancia de Máximo Fernández y favoreciendo el surgimiento del pequeño pueblo que hoy nos compete. Tan grande fue el progreso alcanzado por la localidad que ya hacia 1928 contaba con 1.270 habitantes; tenía carnicerías, almacenes de ramos generales, una peluquería, un club, una escuela y una capilla. En lo que respecta específicamente a la estancia, el casco fue ampliado y modernizado, y rodeado por un bello parque que diseñó el reconocido paisajista Carlos Thays; se lo dotó de un lago artificial, e incluso una zona destinada a jaulas de animales exóticos (leones, pumas y hasta un oso polar), utilizando las rejas que pertenecieron a la Quinta Lezica (más tarde convertida en el Parque Lezica) de la Capital Federal.
Hacia 1934, otra vez la mala administración hizo estragos con la “Matilde”, llevando a la quiebra no sólo a sus propietarios sino también al pueblo que sostenía. Pero un comprador renovó las esperanzas en 1942, encauzando nuevamente a la estancia hacia el progreso, aunque ahora con el nombre de “Montelén” y fundamentalmente como el vivero más importante del país. Aquella persona fue nada más ni nada menos que Francisco Suárez Zabala, el inventor de “Geniol”, y desde entonces el “refundador” de “Salaberry”.
Hoy la localidad es la cabecera del Cuartel VIII del Partido de Bragado y una de las más ricas en historia. Pero los apenas 173 habitantes que tiene en toda su jurisdicción (lo cual excede al pueblo), según el Censo de 2010, hacen que hoy se encuentre en peligro de desaparición y que las posibilidades de revertirlo sean muy pocas. ¿Las causas? Obviamente las desinteligencias de las distintas gestiones municipales que se sucedieron en el tiempo, pero además las razones que redujeron la actividad de la estancia, la clausura de la Estación del Ferrocarril en los ’70, y lo que sin dudas fue el golpe final: el tornado del 5 de enero de 1974.
La triste realidad del pueblo fue lo primero que percibimos al llegar. Un sencillo cartel con la frase “Bienvenidos a Máximo Fernández” (reitero que para evitar confusiones debiera decir “Juan F. Salaberry”) nos ubicó en el espacio. Escasos metros más atrás, siguiendo por la misma calle de tierra, encontramos unas pocas viviendas, junto a un almacén que no disimula su historia: en sus paredes exteriores aún se encuentran los añejos botones con los que Coca Cola hacía publicidad en los ’50 y ´60, un viejo buzón del correo, y una placa con la imagen del escudo nacional junto a las frases “Correo y Telecomunicaciones”, “Estafeta Postal”.
Pero la sensación de impotencia y tristeza se potenció más aún cuando nos dirigimos a la Estación “Máximo Fernández”, ya que apenas se mantienen algunas palmeras y las paredes de la edificación. Los pastos altos avanzaron sin control y la barbarie terminó de corroer lo poco que quedó tras el tornado. El paraje esta abandonado, sin un mínimo mantenimiento y en su interior totalmente destruido. Fue el anticipo de lo que veríamos después cuando, con el debido permiso de la propietaria del predio, nos dispusimos llegar al antiguo inmueble de la Escuela N° 2 y a la Capilla “Sagrado Corazón de Jesús”, ambos inaugurados en 1914. Dado que desde la calle no se veían más que plantas, consultamos a unas personas que se encontraban cortando leña, quienes nos indicaron que debíamos adentrarnos en esa especie de bosque. Así lo hicimos y comprobamos lo peor: aquella escuela de dos pisos hoy se encuentra tapada por grandes arbustos y enredaderas, sin techo ni aberturas, y en un estado de total de abandono; igual mala “suerte” presenta la capilla neogótica, ya que se encuentra en el medio del follaje, también sin techo ni aberturas, pero con el agravante de que enormes plantas han crecido en su interior. No es de extrañar que algunos crean haber visto el fantasma de una niña allí, porque verdaderamente se trata de un lugar tenebroso y más aún si se tiene en cuenta la real tragedia acaecida décadas atrás cuando una pequeña fue decapitada por uno de los leones de “La Matilde”.
De todos modos no todo es pesimismo en Salaberry. Afortunadamente aún cuenta con pequeños indicios de avance que bien podrían modificar el destino del pueblo, evitando o postergando su desaparición. El tornado, por ejemplo, no pudo acabar con la Escuela N°2, ya que el viejo edificio fue reemplazado por uno nuevo. Otra cuestión sumamente importante es que nuevamente se restableció el servicio de trenes, rompiendo el aislamiento sufrido desde los ’70. Pero, sin duda, lo más trascendental es lo que se viene: el Municipio ha dispuesto la construcción de una red de agua potable, y un centro cívico constituido por dos nuevos edificios que servirán de Delegación Municipal y Destacamento Policial. En cuanto al turismo de fin de semana que fomentó el mito del fantasma, bien podría interpretarse como positivo, aunque debe tenerse en cuenta que la capilla yace en terrenos privados y que debe solicitarse autorización para ingresar (cosa que nadie ha hecho hasta ahora, según nos comentó su propietaria). Salaberry busca levantarse, pareciera haber encontrado el camino, pero queda aún mucho por delante.