Tomas estaba cansado, ya era viernes y había tenido muchas sesiones, demasiadas diría yo, demasiadas si su apetito de psicoanalista no fuera tan grande. Ya eran cerca de las 8 de la noche, su cuerpo estaba tan cansado que podría haber dormido ahí, en caso de haber dormido esa noche.Quizás no exista una especie de poción que elimine instantáneamente el cansancio físico y mental, no para una persona normal, pero si para Tomas, pues el era psicoanalista y su brebaje mágico acababa de entrar, su nombre era Agustín.
Agustín no toco la puerta de su consultorio, pero al ver la tenue luz que se escondía dentro de esa oficina.
-Permiso. Dijo Agustín mientras se asomaba lento y temeroso. – ¿Puedo pasar?
– En efecto, usted ya ha pasado, pero lamento decirle que no dispongo de mucho tiempo, ¿Qué se le ofrece?.
– Mire doctor, nunca fui una persona segura, tengo total terror al cambio y en ocasiones lo único que quiero es recostarme en mi casa y llorar.
Tomas se mantuvo en silencio unos segundos, las voces en su cabeza no dejaban de decirle que le de turno para otro día y que vaya a su casa a disfrutar de la deliciosa comida de su bella esposa, pero su hambre de ayudar era mas grande que su apetito por el pollo a la crema.
Agustín se sentó en el diván y Tomas comenzó a hablar.
– Bien Agustín, cuéntame que anda ocurriendo.
– Doctor, siempre fui una persona insegura.
– Supongo que todos somos inseguros, vivimos en un mundo en constante cambio y todo lo nuevo nos da miedo, lo importante no es sucumbir ante ese miedo y no parar de intentar cosas nuevas, dime, ¿este miedo o inseguridad que sientes suele detenerte en tu vida cotidiana?.
-Pfff, ¿con solo decirle que ayer comí con la luz apagada porque siempre la prendo con la mano derecha y antes de entrar le es suficiente?.
– No entiendo. Mintió Tomas.- ¿sus padres?.
– Fallecieron hace mucho, como 300 años mas o menos…
Tomás anoto en su libreta: Delirio.
Agustín hizo uso del silencio por un momento, para el fueron unos segundos, para nuestro doctor que estaba mas intrigado que nunca pasaron horas.
– Ejem. Interrumpe Tomas. -Me has dicho que tus padres fallecieron hace 300 años, ¿que edad tiene usted?.
– Depende.
– ¿Depende de que?.
– Vera doctor, se que es una frase trillada pero el tiempo es relativo, el tiempo es algo solo cuando se es consiente de el, yo perdió la noción de este hace ya mucho. La única respuesta que puedo darle a su pregunta es: Muchos.
Tomas estaba atónito, si bien ejercía su profesión hace mucho nunca había pasado una situación como esta. Aunque eso hubiera bastado para tomarlo como paciente su instinto humano hizo que la curiosidad se apodere completamente de su criterio.
– Muchos años no creo que tenga, se lo ve muy bien, elegante, quizás hasta sea mas joven que yo.
– Mas joven no creo, pero tiene razón, a pesar de no bañarme ni cambiarme la ropa sigo conservando mi buen porte, ¿es raro no?.
-Claro, supongo que va a decirme que la juventud es un estado del alma.
-No estoy seguro, pero parece que si. Lo importante no es mi edad, ¿no se supone que aquí el que habla soy yo?.
– Disculpe, es que no hemos hecho el interrogatorio básico, solo se que se llama Agustín y que tiene muchos años, dígame, hace rato usted dijo que solo quería recostarse en su casa y llorar, ¿Donde vive?.
-Bien, buena pregunta, donde vivía querrá decir, mi casa esta ocupada.
– ¿Ocupada?, ¿por quien?.
– Por personas.
– ¿Personas? ¿Y porque no puede convivir con ellas? ¿Son familiares? ¿Alguna ex novia?.
– No, son personas comunes y corrientes, menos el menor que es demasiado pícaro para su edad, a decir verdad nunca fui bueno conviviendo con gente, les pedí que se vayan pero no me hicieron caso, supongo que soy un fantasma que no asusta.
Fantasma, esa palabra había logrado que Tomas “entendiera” la situación, su paciente estaba como se dice comúnmente en la calle “loco”, para el, era Síndrome de Cotard.
Ahora identificado el problema, pensó en darle un cierre a esta sesión para darle turno para la próxima semana.
– Bien Agustín, usted esta muerto, ¿no es eso cierto?.
– Muy bien, entonces por fin se dio cuenta.
– ¿Entonces por que no fue al cielo?. Usted se a descrito como un buen tipo.
– Ya se lo dije, le tengo miedo al cambio.
– Vera Agustín, esto puede sonarle irónico pero lo único constante es el cambio, entiendo que para usted esto suena molesto, cada vez que algo cambia o esta por hacerlo usted siente un fuerte sentimiento de perdida, pero eso es la vida misma, ¿acaso cuando nació no perdió la comodidad del útero de su madre?.
Los ojos de Agustín se llenaron de lagrimas, lloro unos largos 15 minutos mientras se tapaba la cara cuando de repente se levanto con la cara que se levanta alguien que cree que aprendió la lección.
– Ya lo se doctor, se lo que debo hacer.
– Dígame usted, ¿que debe hacer?.
– Intentar seguir, cambiar, atreverme a hacerlo.
– Muy bien Agustín. ¿puedo verlo la semana que viene?.
– No será necesario. Dijo Agustín y acto seguido desapareció brevemente mientras su “cuerpo” atravesaba el techo.
Dirán que la curiosidad mato al gato, pero en este caso lo salvo.
Ese día Tomas aprendió dos cosas, que la comida de su esposa era lo primero y que nunca, pero nunca tiene que aceptar un paciente, no sin antes examinar si esta vivo.