Análisis de los fundamentos a favor y en contra del proyecto oficial, desde la experiencia y opinión personal.
Por Leonel G. Avila
Es raro. Si a los 16 años me hubiesen dado la posibilidad de votar en las elecciones de 2007 hubiese dicho que sí sin dudarlo. Cinco años atrás ya presentaba signos de interés por la política y no dudaba en manifestarlos a mis allegados, e incluso abiertamente a través de un medio local amigo (memoriosos tal vez puedan recordar artículos de mi autoría sobre el fin del mandato de Orlando Costa como intendente, el inicio en funciones de Aldo San Pedro, el alejamiento de Néstor Kirchner del Ejecutivo y la posterior asunción como presidenta de Cristina Fernández de Kirchner). Quería votar, influir en los destinos del país, pero la cuestión es: ¿estaba preparado? A partir de la experiencia personal aporto mi parecer sobre el debate en puerta.
No caben dudas de que las discusiones surgidas por del proyecto oficial de establecer la edad de 16 años como la mínima para votar, escapa a los argumentos precisos que podríamos expresar sobre otras cuestiones. La ausencia de un indicio estandarizado, fijo, que nos sirva de referencia, lleva a que las vivencias de cada uno cumplan un papel muy importante para formar nuestra opinión sobre cuándo una persona se encuentra “capacitada” para tamaño derecho o si debe esperar al menos un tiempo (dos años) para poder expresarse en las urnas. También es cierto de que el asunto, paradójicamente, se encuentra tan politizado que, en muchos casos, impide a las personas adoptar autónomamente una posición debido a que sus partidos políticos lo han hecho por ellos con anterioridad (ya sea por el simple hecho de sumar al debate o por conveniencia electoral).
Según el diputado nacional Aníbal Fernández, impulsor del proyecto, “hoy se madura más rápido que hace 70 años” y que, por lo tanto, si en 1912 la Ley Sáenz Peña fijó a los 18 años como edad mínima para votar, bien podría ser ahora los 16. Creo que no debe haber persona que dude de la anticipada “maduración” de los jóvenes en comparación con otras épocas, demostrándose la diferencia incluso con quienes tuvimos nuestra infancia pocos años atrás: claramente las actividades y “mentalidad” que teníamos en la década del ’90 es muy distinta a la de los niños actuales; éstos parecieran “crecer” más rápido. Pero no basta dicha argumentación para fundamentar el proyecto: para que tome fuerza real necesariamente debe ser acompañada por algo más. ¿Por qué tenemos que tomar como correcta la edad mínima establecida 70 años atrás para el voto?, ¿quién dice que en su momento no fue apresurada y que recién ahora cobraría sentido con la maduración más rápida de los jóvenes?
Otro punto del proyecto indica que sólo votarían aquellos jóvenes que quieran hacerlo, lo cual creo correcto. Pero nuestro parecer no debe impedirnos visualizar otros puntos de abordaje: si a los 16 años los jóvenes están lo suficientemente preparados para votar, ¿porqué tendría que ser optativo y no obligatorio?, ¿Qué sería lo que los diferencia del resto si no es su “maduración”?
Es aquí donde nos adentramos en nuevo punto que creo cierto. Hay jóvenes que se encuentran mucho más informados e interesados que otros por hacer valer éste tipo de derechos, repitiéndose no sólo a los 18 años sino también a cualquier otra edad. Por lo tanto, ¿qué facultades creemos tener los “mayores” si también podemos equivocarnos?
Hay quienes sostienen que si a los 16 años los jóvenes pueden elegir el destino del país también debieran estar “capacitados” para adquirir la mayoría de edad e incluso ser juzgados con las mismas penas que quienes cumplieron los 18. Tiene lógica.
Sin duda, detrás de todo este debate hay una cuestión de fondo: el kirchnerismo ha sabido ganar en la juventud (en discusión está el cómo) un alto porcentaje de apoyo y quiere usarlo a su favor. “¿Por qué me voy a avergonzar de conquistar el voto de los jóvenes?”, expresó el ex Jefe de Gabinete Aníbal Fernández. ¿Está mal? Definitivamente no. Todos los partidos políticos de nuestro país tienen la misma aspiración sólo que muchos no lo verbalizan, seguramente por miedo a crear una mala imagen de su espacio político frente a la opinión pública. En la medida de que todo se realice en un marco de debate y bajo el amparo de la constitución nacional creo que aquí no cabría una crítica al oficialismo.
Como verá, son muchas las preguntas que surgen a raíz del proyecto de voto a los 16 y 17 años. Tanto de un lado como del otro encontraremos justas razones que no hacen más que colocarnos en una situación de no saber cuál es la posición correcta. Así es como me encuentro y como seguramente usted lo habrá notado al leer el artículo. De todos modos, vista la necesidad de muchos de obtener un “si” o un “no”, me inclino más por la negativa. Hoy, con 21 años, creo ser conciente de muchas cuestiones que a los 16 no prestaba atención (por cuestiones obvias de la edad) y que necesariamente debemos tener en cuenta al momento del voto. Nada indica que siendo adulto vote mejor, pero al menos lo pienso más y soy menos influenciable. Por otra parte, la aceptación del proyecto necesariamente debiera implicar una readecuación del programa de enseñanza escolar, que difícilmente llegaría a buenos logros en caso de que se lo aplique de manera apresurada para los comicios de 2013. ¿Usted, qué cree?