Por Leonel G. Avila
Cada 24 de marzo vuelve a resurgir en Bragado el caso de sus siete desaparecidos, como un intento reiterado de la comunidad por mantener viva su memoria y que los finales terribles que sufrieron aquellos jóvenes le pongan rostro y carguen de sentido a la frase “Nunca más”. Sin embargo, nada de lo que podamos decir llega a reflejar el dolor de las familias que todavía lloran las pérdidas, como así también los sueños, talentos y vidas completas que se apagaron por un cruel régimen que sistematizó el terrorismo de Estado. Julio Raúl D´Angelo fue una de esas víctimas, cuyas huellas resisten al paso del tiempo a través de fotos y tres cuadros pintados por él mismo.
Ponerle nombre al tema de los desaparecidos ayuda a visibilizar lo que hay detrás de las cifras frías o los textos que podemos leer en los libros de historia. Da una sensación de cercanía frente a lo que efectivamente fue: jóvenes que transitaron nuestras calles, que compartían las mismas costumbres y de quienes aún hoy podemos cruzarnos a sus familiares. También sirven para representar a otros del resto del país, que igualmente merecen ser recordados.
En esa línea, es interesante ver los cuadros que conserva Amalia Ester D´Angelo, pintados por su hermano. Paisajes que tratan sobre entornos naturales en los que pareciera reinar la paz y tranquilidad. Uno está fechado en 1967 (9 años antes que le arrebataran su vida) y remarca la firma del autor: “July”… muy lejos del triste rótulo de “desaparecido” con el que debió ser recordado después. Otro cuadro también tiene su rúbrica: “Julio”, visibilizando su identidad aún hoy a casi 49 años del momento en que otros quisieron borrarla.
“July era loco por la pesca y mi papá también, así que lo inició desde muy pequeño llevándolo a la laguna”, contó su hermana para un documental del Municipio que realicé años atrás, y cuyo testimonio ayuda a entender la personalidad de aquel joven y también a dimensionar lo que le pasó. Recordó que él tenía una canoa, la cual “la pintó de rojo y blanco porque era de River a morir y le puso ´July´ de nombre, así que todos los domingos iba a la laguna mientras estuvo en la etapa de la secundaria”. Enfatizó que “el deporte era lo fundamental para él; vida sana y amigos todo el día, (…) incluso traía chicos del Hogar a tomar la leche (…) y también lo que más le gustaba es ir a la carpintería de papá, y ahí con dos o tres maderitas inventaba algo porque tenía una creatividad espectacular”.
“July” hizo la primaria en la Escuela N°1 y la secundaria en el Colegio Nacional. Su hermana dijo que era muy familiero y recordó su gran capacidad: “estudiaba mucho menos que yo y sacaba mejores notas, así que siempre me cargaba”. Concurrió al Bragado Club y participaba con frecuencia en los torneos de natación: “salía campeón siempre, tenía un cuerpo fuerte, armónico… era feliz”; además jugaba al tenis y fútbol, entre otras cosas.
Una vez egresado, se fue a estudiar veterinaria en La Plata, pero luego se mudó a Bandfield y cambió por arquitectura, llegando hasta segundo año… pero pasaron cosas. El domingo 4 de julio de 1976 (apenas 3 meses después del golpe de Estado) la novia llamó a la familia avisando que durante la madrugada habían entrado a la casa personas con pasamontañas, borcegos y un Ford Falcon amarillo, quienes los golpearon y se llevaron a Julio en pijama y descalzo. También le sacaron el DNI.
Desde entonces, nada supieron durante mucho tiempo, e incluso su padre murió con la duda. “Papá recorrió morgues, comisarías, los destacamentos, Campo de Mayo (…) y El Palomar tratando de buscar”, contó su hermana, aclarando que “un vecino vio todo el despliegue, pero se escondió y no avisó nada”.
Fue en el año 2000 cuando lograron rearmar la historia tras un llamado del Centro de Antropología Forense, cuyos datos le fueron comunicados a la hermana en los tribunales federales de Comodoro Py. “A mi hermano lo levantaron de Bandfield el 4 de julio y lo mataron a las 5:20 en el Obelisco, con pijama y medias; lo encontraron cuando amaneció (…), intervino la Comisaría 30 y sacaron fotos en blanco y negro de él con los ojos abiertos mirando al cielo”, explicó Amalia visiblemente angustiada, e indicó que “eso pasó a formar parte de un legajo”, quedando Julio rotulado como N.N. hasta que el Centro de Antropología Forense logró identificarlo 24 años después.
No obstante, la hermana aclaró que “solo pudimos traer papeles”, ya que en 1976 Julio “estuvo en la morgue, le hicieron una autopsia y lo llevaron a Chacarita donde lo enterraron como N.N. hasta el ´83, y luego (curiosamente) necesitaron el lugar y fue al osario”.
La Jueza les dijo que los militares probablemente lo mataron como represalia a un atentado que cometió Montoneros dos días antes en la Superintendencia de Seguridad Federal. Por su parte, la familia dedujo que lo habrían confundido con un guerrillero, ya que aparentemente un compañero de trabajo lo era.
Varias décadas después, Amalia lucha mentalmente para no recordar esas fotos de Julio fallecido, aunque le cuesta. Prefiere quedarse con los recuerdos de cuando eran chicos y hacían travesuras, o también la relación “compinche” que tenían como hermanos.
Bueno es recordar casos como este en el Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia, porque la frase “Nunca más” no debe ser un slogan, sino un compromiso real. Debemos ser conscientes del profundo significado que tiene y, de esta manera, contribuir a que la historia no se repita, siendo un mensaje tanto para las generaciones actuales como futuras…