Por Gladys Issouribehere
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Vieja en importante esquina, la de Rivadavia y Brandsen. Sí, la que apunta al Norte de la ciudad. Movilizó durante muchos años a la población de Bragado, aquel Bragado que hoy sólo se conserva en las imágenes congeladas de las fotografías.
Cuando en la penúltima década del siglo XIX, Elola y Brizuela abrieron las puertas de la primera casa de ramos generales, no pudieron imaginar que la misma actividad comercial se iba a prolongar durante tantos años.
Ese primer negocio se convirtió en LA BOLA DE ORO; pasó después a manos de la firma BARCENA y CIA. y, finalmente, la adquirieron los descendientes del fundador, integrantes de la firma BRIZUELA HERMANOS y CIA.
• Los hermanos Brizuela dejaron la actividad comercial en manos de una nueva firma, SALCINES y COMPAÑIA, que llamó LA PAZ a la casa de comercio.
En los comienzos fue una sociedad familiar, convertida con el tiempo en sociedad colectiva y en comandita, que contaba con otras sucursales establecidas en General Viamonte y Lincoln. La integraban nueve miembros, algunos de Bragado y otros de Buenos Aires y Viamonte y cuyo socio comanditado era Pedro Salcines.
Alquilaron el inmenso predio a Catalina Lombardini, que, tras la muerte de Tirso Brizuela, había comprado dos lotes a sus herederos, quienes los recuperaron en 1932 y ocho años más tarde, transfirieron a Salcines la parcela de la esquina y la siguiente sobre calle Brandsen, donde se había levantado la vieja casa paterna.
Aunque el objeto social seguía siendo la explotación del negocio de almacén, ferretería, corralón de maderas y “fierros”, talabartería e implementos agrícolas, atentos a todo lo que fuera novedad, se convirtieron en agentes locales de la voitturette Hudson, y en una destacada propaganda aseguraban que era ideal para “la juventud contemporánea, que busca elegancia, potencia y velocidad” y también “la voiturette Essex, de 6 cilindros, línea impecable, funcionamiento y andar sumamente suaves”, cuyo precio era 2.900 pesos moneda nacional. Una de las principales características de ese automóvil era su velocidad garantida, que podía alcanzar los 114 Kilómetros por hora, con un consumo mínimo de combustible, un litro de nafta cada 9 o 10 kilómetros y un gasto de un litro y medio de aceite cada 1.000 kilómetros.
• La aparición de casas comerciales dedicadas exclusivamente a la venta de automotores desalojó de ese mercado a la CASA SALCINES, convertida en verdadero emporio de almacén y ferretería en su amplia red de sucursales extendidas en distintos puntos de la provincia.
El edificio, que había seguido los progresos de la ciudad durante muchos años, como los barcos desgastados “comenzó a echar agua por los cuatro costados”. Era una construcción viejísima, con pisos de “tablas”, que crujían a la más leve pisada, como si un peso descomunal pretendiera descontrolarlas y se hundían peligrosamente, dando la sensación del inicio de una caída al vacío. Toda la estantería de madera aún resistía los embates del tiempo, lo mismo que los grandes cajones con tapa, adosados a la pared, receptáculos de muchos productos vendidos al menudeo. Era evidente que ya no se adaptaba a las nuevas exigencias que imponía el mundo moderno, como la multiplicidad de productos que comenzaron a aparecer para la venta y llegaban envasados de fábrica.
• En 1958 se demolió todo lo existente y comenzó la construcción del nuevo edificio, levantado totalmente con bloques de cemento pre-moldeados, proceso desconocido hasta entonces, cuya fabricación se efectuaba en un predio ubicado en las cercanías del cementerio.
En 1965 la transformación en sociedad anónima trajo consigo nuevas ideas y una nueva modalidad de venta. Cada comprador podía atenderse solo y elegir con tranquilidad lo que deseaba llevar. Así salió a la palestra el SUPERMERCADO SALCINES.
Esa nueva manera de comprar llenó de entusiasmo a la gente que, preocupada en elegir lo que le atraía aunque no fuera indispensable, se dejaba vencer por la tentación y no reparaba en el gasto. Al llegar a la caja, minuto fatal, muchas veces el tentado debía descartar productos, que quedaban retenidos porque no contaba con dinero suficiente para cubrirlos.
• También llegó el final para Salcines, con la transferencia de las acciones a la firma propietaria de SUPERMERCADO SAN CAYETANO. Debió hacer frente a una competidora poderosa llamada La Anónima, con una gran cadena de sucursales en la Patagonia, decidida a incursionar en las provincias de Buenos Aires y La Pampa, objetivo logrado con notable éxito.
San Cayetano no pudo soportar los embates de la competencia y de la situación económica y debió cerrar sus puertas, presentando quiebra. Lo rescatable de esta verdadera tragedia, para quienes eran empleados de la firma y quedaron a la deriva, fue la valentía con que encararon la defensa de su fuente de trabajo y, agonizando muchas veces, sostuvieron el emprendimiento con uñas y dientes.
Lo mismo ocurrió en otras ciudades y fue en Lincoln donde comenzó el renacimiento y se formó la Cooperativa de Trabajo La Paz, a la que se incorporó la gente de Bragado. El 1º de abril de 2006 abrió formalmente sus puertas el SUPERMERCADO LA PAZ, como aquel otro de los viejos tiempos.
Pero, lamentablemente, cuestiones judiciales marcaron el fin del emprendimiento.
Hoy resulta triste contemplar, en pleno centro de la ciudad, ese enorme edificio desocupado, con huellas profundas de abandono, que se ha convertido en excelente cartelera de propagandas políticas y artísticas. ¿Qué esperamos? Un milagro: su puesta en marcha nuevamente.
Fuente: diario EL CENSOR.