Desde 1860, allí descansan gran parte de los pobladores que tuvo Bragado en el siglo XIX, XX y XXI. También resguarda las construcciones más antiguas y bellas de la ciudad.
Por Leonel G. Avila
El Cementerio Municipal es uno de los lugares más característicos de la ciudad, pero al que prácticamente la mayoría de la población prefiere evitar. No obstante, su función lo vuelve sumamente necesario y la historia lo convierte en uno de los sitios que más valor patrimonial tienen. Desde 1860 allí descansan los restos de seres queridos, pero también de aquellos que marcaron un antes y un después en el plano local y, a veces, provincial, nacional y/o internacional. Por eso es que bien merece el reconocimiento de todos nosotros, su protección y, por qué no, su estudio.
Si bien desde hace varias décadas Bragado cuenta con dos enterratorios, uno municipal y otro privado (el “Cementerio Parque Solar de Paz” de la Ruta N°46), es en el estatal donde descansan mayor número de restos debido a su larga historia, que data del siglo XIX. Allí se entremezclan difuntos de todas las épocas, desde los primeros pobladores de la ciudad hasta quienes fallecieron hace apenas algunas horas. Posee lugares con una belleza arquitectónica inigualable y esculturas de las que ya no se hacen. Lindos aromas en algunos sectores y algunos no tan gratos, todos exacerbados en los días de humedad. Dichas combinaciones hacen de la necrópolis municipal un lugar inconfundible para nuestros sentidos y un espacio de sentimientos encontrados. Su paz suele servirnos como tranquilizante, pero a veces también conduce al miedo. Nada allí se vive igual.
HISTORIA
Los antecedentes del cementerio municipal se remontan a los tiempos del Cantón Militar y a cuando la ciudad no era más que un pueblo de escasos habitantes, con el nombre de “Santa Rosa del Bragado”. Primero se encontró en un terreno abierto de la zona de El Bajo, apenas delimitado por zanjas y plagado de yuyos, pero con el paso del tiempo surgió la necesidad de reemplazarlo por las constantes apariciones de vizcachas que cavaban en las tumbas, torcían las cruces y hasta dejaban al descubierto algunos huesos. Fue por ese motivo que varios optaron por enterrar a los muertos en sus casas o colgar los ataúdes en los árboles. También se decidió enterrar a los “cadáveres de vecinos antiguos y respetables” en los terrenos adyacentes a la capilla Santa Rosa de Lima (luego convertida en parroquia), por lo que no es de extrañar que décadas atrás encontraran restos humanos cuando se construyó la “Galería Centenario”.
Las soluciones provisorias concluyeron el 19 de agosto de 1860, cuando finalmente se procedió a la apertura y bendición del actual cementerio municipal, por entonces con dimensiones más acotadas. Vale aclarar que las gestiones comenzaron años antes por iniciativa de Juan Esteban Trejo y los correspondientes pedidos de financiamiento de los municipales al Ministro de Gobierno de Pastor Obligado, gobernador del Estado de Buenos Aires; como también a Valentín Alsina, sucesor de Obligado. Así, a partir de los 10 mil pesos obtenidos más otros 5 mil aportados por la gente, el 1° de julio de 1859 Pedro Arnut Miñaqueo (posiblemente sea Pedro Arnaldo Mignaquy) inició la construcción de una puerta de hierro bajo la suma de dos mil quinientos pesos; mientras que Pío Ordenes se encargó de la tapia; Juan Bazerque proporcionó diez zoquetes de madera para los rails del protón; y Domingo Dubois construyó la cruz central.
Tras la inauguración de la necrópolis, no pasó mucho tiempo hasta que comenzaron las reformas, ya que en 1862 el P. Luis Leonetti solicitó el ensanche para enterrar en forma apartada a quienes no estuvieran bautizados. También, en agosto de 1864, se dispuso el traslado de los restos que estaban en el viejo cementerio, aunque sólo se aplicó a quienes fueron autorizados por sus respectivos familiares.
Con el tiempo, el lugar fue tomando forma mediante la incorporación de nichos y bóvedas, sumado a la erección de un pequeño frente que incluía un alto pórtico y ventanas a los costados. No obstante, la falta de espacio (sólo abarcaba la zona comprendida por las calles Maroni y Brandsen) hizo que varios pensaran en la construcción de otro nuevo en el oeste del pueblo, cosa que finalmente no se concretó. No obstante, sí hubo cambios, ya que en 1895 el intendente Andrés Macaya solicitó sin respuesta su ensanchamiento y demolió el antiguo frente para crear el que ahora se encuentra a un costado (en ese entonces era el único y principal) con la inscripción en latín “Ad te domine clamabo” (“A ti Señor clamaré”).
El paso de las décadas trajo nuevas modificaciones, como por ejemplo a principios del siglo XX la incorporación de nicheras a los costados de la entrada o todas las que se sumaron a posteriori. Sin embargo, los cambios más importantes se registraron en 1937 cuando se concretó el anhelado ensanchamiento hasta la calle Quiroga y la construcción del imponente pórtico que desde entonces constituye la entrada principal del cementerio.
SOBRE DIFUNTOS, NICHERAS, BÓVEDAS Y TUMBAS…
La necrópolis municipal es el lugar donde descansan los restos de muchas personas que han ocupado un lugar destacado en la historia local. Sin embargo, la mayoría son desconocidos por gran parte de la ciudadanía y prácticamente nadie sabe dónde y cómo se encuentran dentro del cementerio. Algunos son:
• Andrés Macaya: dirigente del conservadorismo local y provincial que vivió entre 1858 y 1922. Llegó a ser intendente del partido de Bragado en varios períodos de fines del siglo XIX y hoy una calle de la ciudad lleva su nombre. Su ubicación en el cementerio prácticamente pasa inadvertida a no ser de que se encuentra en una de las nicheras de la antigua “calle principal” y por una gran placa de bronce colocada en 1923 por el “vecindario” y sus amigos; allí se lo define como el “propulsor del progreso y engrandecimiento de este pueblo”.
• Juan Ramón Moya: distinguido profesor del Colegio Nacional y pionero en el estudio de la historia local. Murió el 4 de febrero de 1949 y desde entonces sus restos descansan en una bóveda cúbica de mármol.
• Cosme Luisi: pionero que impulsó la telefonía en Bragado en la década de 1910, previo a que el Concejo Deliberante le entregara la concesión a Unión Telefónica. También fue uno de los fundadores de la Escuela Normal. Falleció el 14 de agosto de 1919 y su tumba se encuentra en buen estado en la calle principal, a unos metros de la entrada.
• Facundo B. Quiroga: político muy influyente del conservadorismo. Fue diputado en 1893 y lideró los destinos de Bragado en dos breves oportunidades, primero bajo el rótulo “Comisionado Municipal” en 1899 y luego como intendente en 1902. Una calle lleva su nombre y sus restos descansan en una bóveda familiar en el sector antiguo del cementerio.
• Eduardo “Bebo” Cabal: reconocido cantor que murió en 1997. Su tumba posee su sombrero característico hecho en cemento y dos placas recordatorias del “pueblo de Bragado” y “los amigos y el tango”.
• Germán Vega: se lo considera el primer médico radicado en Bragado. Llegó al pueblo en 1855 y años después ocupó distintos cargos, como por ejemplo, médico de la Policía y Juez de Paz. Un busto lo recuerda en el Hospital Municipal y una calle lleva su nombre. Murió el 17 de octubre de 1890 y sus restos se encuentran en lo alto de una nichera, en el sector antiguo del cementerio.
• Domingo A. Crisci: Ocupó cargos públicos en la Municipalidad a principios del siglo XX. También fundó el periódico “La Unión” y la revista “Sarmiento”, siendo ésta última la impulsora en 1927 del concurso que creó el primer escudo municipal. Falleció el 30 de mayo de 1932 y sus restos se encuentran en una bóveda simple, en el viejo sector del cementerio. Un dato a destacar es que también allí yace Rufina González de Ituarte, quien falleció el 27 de agosto de 1860 y podría constituir uno de los primeros fallecidos que tuvo la necrópolis.
• Aparicio y José Gregorio Islas: radicales de la primera hora y miembros de la Junta Revolucionaria que en 1893 intentó derrocar al gobierno conservador. Aparicio logró imponerse al frente de la Comuna por escasos días y fue el que en 1888 propuso cambiarle el nombre a Bragado por el de “Domingo F. Sarmiento”. Fallecieron el 26 de marzo de 1894 en la estación ferroviaria, tras tirotearse con un grupo conservador. Sus restos se encuentran en una bóveda del sector antiguo de la necrópolis, con una placa de su madre que dice: “Más allá de las tumbas, el olvido. Más allá de las tumbas, el amor. ¿Cuál de estos sentimientos ha vencido en la mansión eterna del dolor? Arrodillada ante estas sepulturas, vengo a regarlas con fraterno llanto; es tributo de penas y amarguras; es el consuelo de mi afecto santo”. En la actualidad, una calle los homenajea con el nombre “Hermanos Islas”.
• Enrique P. Maroni: dramaturgo, poeta, escritor y locutor. A él debemos la letra de “La Cumparsita” junto con Pascual Contursi. También trabajó en El Censor y fue funcionario de la Municipalidad en la década de 1910. Falleció en 1957 y su tumba se encuentra plagada de placas que demuestran el afecto y admiración que generó. Una calle lleva su nombre.
• Gastón Muchur: fue el primer profesor secundario de Bragado. El 1° de noviembre de 1891 fundó un colegio con el nombre “Instituto Comercial Franco Argentino” (hoy inexistente) y cumplió un rol activo en la Sociedad Francesa local. Murió el 5 de septiembre de 1914 y se encuentra en una de las nicheras de la antigua calle principal del cementerio. Dos placas de sus alumnos lo recuerdan.
• Francisco Deffis: miembro del conservadorismo, fue intendente en varias oportunidades en la década de 1910 y participó activamente en distintas instituciones. Fue uno de los impulsores de la Escuela Normal y creó la farmacia “Santa Rosa” que aún existe. Falleció en 1938 y sus restos yacen en una bóveda en forma de cubo, con varias placas alusivas.
• María Enriqueta Blanch: hija del dirigente conservador José María Blanch, falleció el 6 de agosto de 1931 a la edad de 11 años, tras abrir un paquete que contenía una bomba que le enviaron al padre. Su muerte y la de su madre desencadenaron el caso de “Los presos de Bragado”. Se encuentra en una nichera del sector antiguo, con una placa que indica: “A Titina. Quien fue dulzura en la Tierra será un ángel más en el cielo”.
• José F. Barrera: fue escribano y uno de los mayores dirigentes conservadores. Ocupó una banca como diputado y fue dos veces intendente en la década de 1910, aunque la intervención provincial de 1917 le impidió concluir su último mandato. Sus restos se encuentran en la primera bóveda de la antigua calle principal del cementerio, con una placa que destaca su “bondad y nobleza”. Una calle de la ciudad lleva su nombre.
• Antonio Roldán: fallecido el 30 de mayo de 1924, en 1909 fue uno de los fundadores del diario El Censor junto a Juan F. Caldiz. Tras su muerte, el medio pasó por varias manos hasta que lo compró la familia Devenutto. En cuanto a la tumba, es de material y prácticamente se encuentra destruida; la rodea una reja incompleta.
APRECIACIONES FINALES
El Cementerio Municipal constituye uno de los bienes patrimoniales más importantes del partido de Bragado, con un valor incalculable tanto por las construcciones que preserva, como también por todos los que allí descansan. Por eso es que necesariamente debiera realizarse una mayor protección, debido a que el avance del tiempo está haciendo estragos en algunos sectores (sobre todo en la zona antigua), sin que nada se haga para revertirlo.
Además, debiera existir una señalización que permita orientar a los visitantes cuando deseen encontrar a los “ilustres” de Bragado. Cosas así no sólo implican pensar en el pasado, sino, además, en el presente y futuro.