En el último Boletín Epidemiológico, el Ministerio de Salud de la Nación posicionó al 2023 como el tercer año con más casos de dengue desde que se tiene registro, con 28.253 infectados, de los cuales 25.419 adquirieron infección en Argentina. Los años donde se identificaron mayores contagios fueron 2009, con 26.000 contagios, 2016 con más de 40.000 infectados y 2020 con casi 60.000, lo cual es similar al patrón de aumento de temperatura de los últimos años.
El cambio climático (CC) del cual ya venimos haciendo referencia en varias notas anteriores, afecta no solo a los ecosistemas, sino también a la salud humana. Desde el comienzo de la era industrial, pero principalmente en los últimos 50 años, la quema intensiva y creciente de combustibles fósiles y la mayor dependencia de los mismos en nuestra matriz energética y hábitos de consumo, han liberado al ambiente importantes cantidades de gases de efecto invernadero (GEI) a la atmosfera, calentando el planeta. Desde la era preindustrial la temperatura de la superficie del planeta ya ha aumentado 1,09°C, más rápido que en cualquier otro momento de los últimos 2000 años. Como consecuencia, los glaciares se derriten, el nivel del mar aumenta y los patrones de precipitaciones se alteran profundamente. Así, los eventos climáticos extremos son mas intensos y frecuentes.
Esto lo vivimos en carne propia con la sequía y el récord en temperaturas que caracterizaron este verano y que expone nuestros cuerpos a un estrés por calor que puede afectar seriamente nuestros órganos. También lo vivimos con los refugiados climáticos, el desplazamiento de poblaciones afectadas por eventos climáticos extremos, cuyas vidas corren peligro y cuyos hogares han sido destruidos. También nuestra salud se ve afectada por nuevos patógenos que resurgen del derretimiento de hielos y permafrost, como el caso de Ántrax en Península de Yamal, que podrían desembocar en una próxima pandemia.
El aumento de casos de dengue en el último mes no escapa a esta problemática. El CC favorece las condiciones ideales para la propagación de infecciones relacionadas con vectores (malaria, dengue, fiebre amarilla entre las más frecuentes) porque los factores climáticos desempeñan una función importante en la distribución, comportamiento, supervivencia y función vectorial de cada especie. La temperatura y la humedad son determinantes de la distribución geográfica. El agua y el estado especifico en el que se encuentra (circulante o estancada, limpia o contaminada, dulce o salada) también es un componente esencial del ambiente de estos vectores. Las lluvias aumentan las posibilidades de proliferación ya sea por el aumento de la humedad como a través del aumento de acumulación del agua en suelos y en otros espacios.
Por esto el calentamiento global ha generado cambios en los hábitats de los vectores. El aumento de temperaturas y la humedad elevada modifican el periodo de incubación extrínseco de los patógenos y acortan el periodo de metamorfosis huevo-adulto del vector, desarrollándose en un periodo más corto y requiriendo que la hembra deba alimentarse más frecuentemente generando un aumento de la tasa de inoculación. También se ha comprobado la adaptación de mosquitos a mayores latitudes, regiones donde históricamente no se encontraba y que, con el cambio de temperaturas, desarrollan características del hábitat típico de estos mosquitos.
La deforestación y cambios de uso de suelo juegan un rol clave también. No solo son actividades antrópicas que inciden directamente en el aumento del calentamiento global, sino que también generan cambios en los hábitats de los vectores y ocasiona el desplazamiento geográfico de los mismos.
En Bragado, históricamente se conoce solo un caso. Este 2023, ya lleva dos infectados que, si bien fueron importados, trazan un escenario que exige a las autoridades locales un seguimiento exhaustivo de los casos, tratando intensivamente las zonas alrededor de los focos y el estricto aislamiento de los infectados, así como una fuerte campaña de prevención eliminando posibles criaderos de mosquitos, es decir, aquellos recipientes que contienen agua tanto en el interior de las casas como en sus alrededores. También recomendar el uso de repelentes y colocación de mosquiteros en las aberturas de los hogares; pero, más aún, nos exige desarrollar una mirada crítica holística, tanto en la planificación política como en nuestra vida personal, para comprender como la transformación de nuestros hábitos y costumbres son clave en la búsqueda de soluciones sistémicas.
María Victoria Gobet
Observatorio Socioambiental Yolanda Ortiz