El Obispo de la Diócesis de Santo Domingo en Nueve de Julio (a la que pertenece Bragado), Ariel Torrado Mosconi, se encuentra en Europa participando de distintas actividades pastorales. En ese marco, recientemente estuvo en Ucrania con la intención de ser testigo directo de la destrucción que causa la guerra. Además colaboró ofreciendo ayuda humanitaria en el paso fronterizo con Polonia, en Medyka.
“He podido recorrer en las periferias de Kiev las zonas más afectadas y contemplar de manera directa la destrucción que produce la barbarie de la guerra”, manifestó el Obispo, quien se encontró con el arzobispo mayor Greco Católico Ucraniano, Sviatoslav Schevchuk. También, agregó: “llevo grabado en mi memoria tantos rostros de niños y ancianos marcados por el sufrimiento y la crueldad de la guerra”.
Sostuvo que “he podido experimentar en carne propia la zozobra e inquietud que se vive cuando el sueño de la noche es interrumpido por las sirenas de las alarmas. Lo triste que es ver las esquinas y las entradas de cada pueblo con trincheras y protecciones ante la amenaza del ingreso de los tanques de guerra”. Además remarcó “el silencio que se produce en las ciudades después del toque de queda”.
Previo a la presencia en Ucrania, Torrado Mosconi estuvo en Portugal visitando el santuario de Nuestra Señora de Fátima y participó en unos días de reflexión e intercambio con obispos de distintas partes del mundo. Posteriormente partió hacia Varsovia, donde se encontró con el embajador ucraniano en Polonia, quien le ofreció una insignia como signo de amistad con Ucrania y hablaron sobre la dolorosa situación que atraviesa la región.
Ya en los tramos finales de su recorrida, recientemente se movilizó hasta la ciudad polaca de Zacopane, donde se reunió con el Cardenal Stanisław Dziwisz, quien fuera el fiel secretario de Juan Pablo II.
MENSAJE DEL OBISPO TORRADO MOSCONI (TEXTUAL)
Bien cabría la pregunta ¿qué hace un obispo argentino visitando Ucrania en medio de la guerra?
Por diversas circunstancias la divina providencia me ha permitido tener una relación muy estrecha con Polonia. Varios sacerdotes polacos colaboran en la diócesis de Nueve de Julio, algunos desde hace muchos años, habiendo gastado sus vidas sirviendo al pueblo de Dios que peregrina en estas pampas bonaerenses. Pero además el vínculo con mi diocesis fue acrecentándose en estos años por varios proyectos de intercambio y ayuda que estamos llevando adelante.
En los últimos meses la situación de la guerra ha llevado a un fuerte compromiso de Polonia con el pueblo ucraniano recibiendo a más de tres millones de refugiados. Ellos me invitaron a acompañarlos en una misión de ayuda humanitaria a las zonas más afectadas de Ucrania. Su invitación era para mostrar como la realidad “sacrílega” de la guerra no solo afecta a los países vecinos sino al mundo entero. La asociación que me invitó se llama “All brothers” y muestra que, tal como nos enseña el Papa Francisco en Fratelli Tutti, todos debemos sabernos y sentirnos hermanos, no importan las distancias geográficas ni culturales.
Por las responsabilidades en mi diócesis la visita será por muy pocos días, apenas lo suficiente como para tener una experiencia directa de la realidad del sufrimiento de la gente y poder hacer un gesto simbólico de cercanía y solidaridad con las víctimas de la guerra.
He tenido la ocasión de visitar y estrechar un abrazo fraterno al Arzobispo mayor de la Iglesia Greco Católica Sviatoslav Shevchuk, que fue miembro de nuestra Conferencia Episcopal Argentina, quien me manifestó su consuelo y gratitud al sentir la cercanía de todos los obispos argentinos con su ayuda y oración. Me transmitió lo importante que es la palabra de acompañamiento de los pastores para los fieles ucranianos que forman parte de la Iglesia católica que son una minoría en el país ante una gran mayoría de cristianos ortodoxos.
He podido recorrer en las periferias de Kiev las zonas más afectadas y contemplar de manera directa la destrucción que produce la barbarie de la guerra. Tal como dice el Papa “la gente común paga en su piel la locura de la guerra”. Valoro sobre todo haber tenido la posibilidad de tomar contacto personal con algunas víctimas y orar con ellas. Llevo grabado en mi memoria tantos rostros de niños y ancianos marcados por el sufrimiento y la crueldad de la guerra.
He podido experimentar en carne propia la zozobra e inquietud que se vive cuando el sueño de la noche es interrumpido por las sirenas de las alarmas. Lo triste que es ver las esquinas y las entradas de cada pueblo con trincheras y protecciones ante la amenaza del ingreso de los tanques de guerra. El silencio que se produce en las ciudades después del toque de queda.
Los trastornos y consecuencias que puede dejar la guerra en todos los afectados son siempre imprevisibles. Recemos para “que los enemigos vuelvan a la amistad, el perdón venza el odio y la indulgencia a la venganza”.
Creo que también nosotros desde Argentina podemos hacer mucho por la “martirizada Ucrania” a través de nuestra oración, cercanía espiritual y ayuda solidaria. Pero además tenemos que vivirlo como una oportunidad para educar para la paz en nuestro país. Insistir en la importancia del diálogo para la solución de los conflictos y desterrar de nuestros niños y jóvenes la cobarde tentación de la violencia. Recordar las palabras del Papa Francisco que “hace falta más valor para la paz que para hacer la guerra”.
Todos somos hermanos y la violencia fratricida, presente desde el origen de la humanidad, ha regado la tierra de sangre inocente que sigue clamando a Dios por la paz y la justicia. Ojalá que sepamos escuchar el llamado del Papa Francisco a sabernos y reconocernos todos hermanos.