Hace unos días, El Pbro. Liborio W. Pérez, presentó la renuncia como cura párroco de la Parroquia San Martín de Porres. El Señor Obispo Mons. Martín de Elizalde, entonces, designó en su reemplazo al Pbro. Carlos Tibberi, actual Secretario Canciller de nuestra diócesis y administrador parroquial de la Parroquia San José de Dudignac. Motivado por esta decisión de nuestro querido Padre, y movido por sentimientos personales hacia Él, decidí dejarles unas palabras y expresarlas públicamente.
Hace tiempo escribí una nota llamada “60 años callejeando la Fe”, en un humilde homenaje dedicado a su entrega total a la Iglesia, y sin dudas, aquella vez sentí que debía expresarlo, porque los homenajes propiamente dichos, a aquellas personas que se los merecen, hay que realizarlos en vida. Hoy me toca seguir hablando del mismo tema, pero ubicado en una circunstancia dura y quizás distinta a la nota anterior.
Nuestro Padre Liborio, ha sido un “padre” en todo sentido, al menos en lo que me merece a mí como amigo de él en estos casi 10 años que lo conozco. Hoy estoy cerca de cumplir 25 años, y desde los 14 más o menos puedo decir que lo conozco. Vivimos muchas cosas juntos, recuerdo la primera vez que el Padre Liborio me abrazo luego de realizar uno de los primeros “Vía Crucis” vivientes que se hacían y se siguen haciendo, alrededor de la plaza 25 de Mayo en la ciudad de Bragado. Ese día, comenzaría en mí una nueva vida.
Un conocido profesor de Educación Física, que admiro y quiero mucho, llamado Roberto Pellegrino, en aquellos años estaba gestando junto con otros colaboradores lo que hoy es el Grupo de Jóvenes San Juan Pablo II. Aquella tarde, mi amigo Roberto decidió invitarme a formar parte de ese Vía Crucis, sinceramente dije sí, pero sin saber si quiera que significaba “Vía Crucis”, así me vi entonces, vestido de soldado romano, actuando frente a un montón de gente. Luego de ese evento, me encontré con el Padre Liborio, quien conocía de vista pero jamás había hablado. Con sabias palabras de Padre me invito a al grupo Juvenil que comenzaba a gestarse en Porres. Desde el día que pise la parroquia mi vida cambio completamente. Cuando quise acordar, el Padre Liborio me había dado a conocer a un Jesús que muchas veces tenemos colgado en nuestra cadenita del pecho, o un Jesús que suele estar en nuestras casas, pero este Jesús que me daba a conocer el Padre, era el verdadero Jesús, el que no nos animamos a conocer, un Jesús diferente.
El padre Liborio se convirtió en mi amigo. Gracias a él conocí la maravilla de los Sacramentos, entendí muchas cosas que no entendía y que a veces no sabemos porque no las queremos conocer, por ejemplo “La Confesión”, “La Confirmación”, y lo más importante “La Eucaristía”, prácticamente a los dos años estaría tomando la comunión, con 16 años. Gracias a él, entendí que Jesús valía la pena. Hoy, pensando, me estoy dando cuenta que me llevo conmigo para toda mi vida, muchísimas tardes en su casa donde charlábamos de todo. Jamás voy a olvidar la forma que tiene de ver si el agua de la pava está caliente y sus frases excelentes en Latín, muy bien explicadas y con mucha enseñanza.
Me fui volviendo más grande y él siempre me guío para bien. Sinceramente es muy fuerte tener que aceptar esta decisión. Cuando viví en Junín, cada vez que llegaba me preguntaba todo, como me iba, si necesitaba algo. Siempre fue muy atento con los jóvenes, por una simple razón, el mismo es todavía un joven.
El Padre debe saber muy bien que los más viejos del grupo San Juan Pablo II lo amamos y que, los más jóvenes, seguro que también. Todos tenemos muy buenos recuerdos hacia él, y debe estar más que seguro que lo amamos, y que aunque no sea más el “Padre de Porres”, vamos a ir siempre a golpearle la puerta para seguir mateando con Él. Es imposible soltar algo que es muy importante para vos, pero no se trata de nuestros caminos, sino de los caminos de Dios. Debemos aceptar con amor. Cuando vas a su casa, te atiende con unos mates, con dos oídos y un corazón dispuesto a escucharte todo el tiempo que vos quieras hablar y, una vez que hablaste, podes estar preparado para escuchar el silencio que a veces es necesario, o sino para las sabias palabras que te dirá inundándote el alma de que Dios verdaderamente te ama.
Ahora directamente me quiero dirigir a vos Padre Liborio, mi querido amigo sacerdote, que me diste lo mejor de vos, y sé que aún me vas a seguir dando. Vos me ayudaste a encontrarme con el Maestro de Nazaret, y sé que te cuesta decir que ya está, porque vos siempre entregaste tu juventud ilusionada, y siempre perseveraste en la crisis de esperanza y amor. Sé que la decisión es dura, pero no estás solo porque acá tenés a un fiel amigo que jamás te abandono y te seguirá siempre. Estas humildes líneas son para vos, que seguís pronunciando las palabras más bellas que cualquiera puede escuchar. En este momento emocionado, te imagino con esos ojos y tu mirada fija a la Hostia Consagrada diciendo: “tomen y coman, esto es mi cuerpo…” te mereces esto y muchos más, porque predicas desde la experiencia y la vida, siempre atento a la escucha de la Palabra, y realizando los gestos de amor que ya estoy extrañando ver. Es increíble verte día tras día el Sagrario con un estremecimiento, y con un respeto emocionante y digno de ver.
Sos el padre que predico a caballo y en bicicleta, jamás nos olvidaremos los jóvenes de tus historias, sabemos que recorriste kms y kms entre varias comunidades para celebrar junto a los que aman a Jesús como vos en cada una de ellas. Padrecito vos me consolaste en el dolor de la partida de un Ser querido, y también lo hiciste con muchos más. Vos nos animas en el gozo del amor y el nacimiento, vos siempre seguís ahí cuando ya todos se han ido, siempre dispuesto y siempre disponible.
Esto es para vos, siempre tan cercano, siempre en oración, activo en la contemplación, contemplativo en la acción… para vos mi amigo sacerdote, este manojo de palabras, que nacen agradecidas desde lo hondo del alma.
Siempre dijiste “sí” a Jesús y Él te ha tomado la palabra. Siempre fuiste, y sos, un excelente servidor de Jesús. ¿Sabe qué padre? Yo le pido, que siga llevando a Jesús a su gente no con palabras, sino con su ejemplo, porque tu enamoramiento hacia Jesús es tan grande que irradias tu santidad y esparcís tu fragancia amorosa por donde quiera que vayas. Te pido que tu fuerza sea la alegría de pertenecer sólo a Jesús, feliz y en paz, te pido que aceptes padre querido cualquier cosa que Él le dé, y déle cualquier cosa que Él tome con una gran sonrisa.
Usted le pertenece. – Dígale “soy tuyo” y si me hicieras pedacitos, cada pedazo sería solamente todo tuyo. Deje que Jesús sea la víctima y el sacerdote en usted.
Gracias Padre Liborio.
Jonatan O. Ruiz